Alguien dijo que una de las farsas de la democracia es que “El pueblo vota, y la oligarquía elige”.
No sé qué tanto de cierto tiene dicha apreciación. Lo que sí sé es que nunca en mi trayectoria de vida cristiana (44 años), había visto tanta participación política en el seno del cristianismo como en estos dos últimos debates electorales: el pasado, cuando se eligió Presidente y Congreso; y el actual que consiste en elecciones regionales; estas últimas quizás son las más agitadas, dado que los candidatos no sólo son reconocidos ampliamente sino que tienen más contacto con el pueblo.
Si bien es cierto que la iglesia no puede mantenerse al margen de lo que sucede en el ámbito político, ya que se nos manda a cumplir como ciudadanos el deber no solamente de orar por las autoridades, sino también de sujetarnos a la Ley, también es cierto que en La Biblia que es la base de nuestra fe, no encuentro ningún texto bíblico en el que se nos hable o por lo menos sugiera, que la iglesia debe tener parte activa en el desarrollo de cualquier debate electoral.
Hoy, encontramos argumentos como estos: La iglesia tiene que cambiar el rumbo de nuestro país, o este otro: Debemos asumir posiciones en el gobierno para defender nuestros derechos. Y cosas así por el estilo. Deben saber los que así piensan que, si tienen tanto interés en lo espiritual desde lo político, lo mejor que pueden hacer es adentrarse un poco más en saber entender, que una cosa es el Reino de los Cielos y otra totalmente diferente son los reinos de la tierra. No podemos establecer el reino de los Cielos desde el terreno político, porque entonces el reino de Cristo Jesús sería un reino mixto que nos dejaría a nuestra propia conveniencia la posibilidad de elegir cuándo ponemos un pie en el cielo y cuándo lo ponemos en lo terrenal. Lo cierto es que o nos paramos definitivamente en lo espiritual, o totalmente en lo terreno, no hay puntos medios, en Dios se es, o no se es.
Veamos este escrito que surge precisamente en el tiempo que Israel estaba viviendo una crisis nacional de anarquía, porque se habían olvidado de las leyes de Dios, queriendo solucionar sus problemas dictando sus “propias leyes” terminaron haciendo lo que mejor les parecía.
»Un día los árboles salieron a ungir un rey para sí mismos. Y le dijeron al olivo: “Reina sobre nosotros.” Pero el olivo les respondió: “¿He de renunciar a dar mi aceite, con el cual se honra a los dioses y a los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” » Después los árboles le dijeron a la higuera: “Reina sobre nosotros.” Pero la higuera les respondió: “¿He de renunciar a mi fruto, tan bueno y dulce, para ir a mecerme sobre los árboles?”» Luego los árboles le dijeron a la vid: “Reina sobre nosotros.” Pero la vid les respondió: “¿He de renunciar a mi vino, que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” »Por último, todos los árboles le dijeron al espino: “Reina sobre nosotros.” Pero el espino respondió a los árboles: “Si de veras quieren ungirme como su rey, vengan y refúgiense bajo mi sombra; pero si no, ¡que salga fuego del espino, y que consuma los cedros del Líbano! Jue 9:8-15
Este tema de la política en los gobiernos es un hilo tan delgado, que si llegáramos a elegir uno de nuestro propio pueblo, este sería obligado por el propio sistema a que se comporte como el espino del escrito bíblico en mención, trayendo por imposición sufrimiento a su propio pueblo dejándolo gravemente herido y con el riesgo que sea exterminado.
“Quien no tiene buenos frutos que dar a los demás, solo servirá para provocar sufrimiento por donde vaya”
Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor