Todavía tengo muy claros los recuerdos en los que para una persona emplearse, bastaba que presentara su documento de identidad y una referencia personal, y listo, quedas contratado.
Con el pasar del tiempo empezó a aparecer el requisito inevitable de la hoja de vida en la cual debe aparecer todo lo respectivo a las cualidades y virtudes generales y que en algunos casos se exagera sobre ciertas aptitudes de la persona aspirante al trabajo. Diferente a la hoja de vida, hay una figura literaria que conocemos como autobiografía, en la cual con pelos y señales se habla de lo bueno, lo malo y lo feo de un individuo.
Ahora bien, si usted escribiera una autobiografía, sería natural que quisiese lucir a sí mismo lo mejor posible. Si tuvieses que hablar sobre decisiones pobres o equivocadas que pudieses justificar, ¿ cómo las llamarías? ¿las llamarías algo así como: “es que se me salieron de control”?
¿Qué tal si consideramos los fracasos y defectos? ¿Los dejarías de lado y los tomarías como algo sin importancia? En fin, dejémoslo así, porque hacia donde quiero llegar es a resaltar la honradez que caracterizaba a los escritores de la Biblia cuando no dejaban de lado sus propios pecados, faltas e imperfecciones.
Por espacio, solamente me atreveré a mirar la persona del rey David. Un biógrafo generoso lo destacaría como:
Un hombre conforme al corazón de Dios: Tras destituir a Saúl, les puso por rey a David, de quien dio este testimonio: “He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón; él realizará todo lo que yo quiero.” Hechos 13:22
Un derribador de gigantes, unificador del Reino de Israel, guerrero valiente y rey noble. Sin embargo al contrario de eso, vemos a David en su esplendor y fama, pero también con todos sus defectos. En el salmo 51, David confiesa al Señor la naturaleza nefasta de su pecado: el adulterio con Betsabé, la esposa de uno de sus generales de confianza, Urías, y el posterior asesinato de este. ¿Qué hace David? David se lanza urgentemente a la Misericordia de Dios y simultáneamente implora su perdón.
Este es un ciclo acertado que debería cumplir cada uno que haya pecado: arrepentimiento, perdón, restauración. Esto es lo que deberíamos experimentar y con más regularidad de lo que creemos. Nos podemos identificar con la feroz honradez y el arrepentimiento expresado por los autores de la Biblia, y sabemos que sus palabras son verdad. Lejos de ser una leyenda o un cuento de hadas en el cual todo el mundo se la lleva bien y todos los problemas se resuelven fácilmente, La Biblia refleja la verdadera naturaleza de los seres humanos y de esto tan complicado que llamamos vida. De manera que, así como reconocemos la genuina honradez y la inerrancia de Las Sagradas Escrituras, podemos confiar plenamente en su mensaje y asumir una posición sincera como la siguiente:
Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti. Dios mío, Dios de mi salvación, líbrame de derramar sangre, y mi lengua alabará tu justicia. Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido. En tu buena voluntad, haz que prospere Sión; levanta los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, los holocaustos del todo quemados, y sobre tu altar se ofrecerán becerros. Salmo 51:1-19
Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor