En mi ejercicio como pastor he tenido que enfrentar situaciones a veces alegres, otras veces aburridas; en ocasiones amargas y otras dulces; como también algunas en las que he acompañado de cerca y de lejos a algunas ovejas del rebaño que atraviesan por procesos jurídicos. Gracias a Dios estos últimos han sido pocos, pero no menos importantes, ya que tienen que ver con asuntos penales en los que la libertad depende de un ser humano llamado juez.
Creo que todos evitamos al máximo tener que ir ante un juez. ¿Cómo lo evitamos? Sencillo, obedeciendo La Ley del país la cual ha sido elaborada para que sirva de herramienta a unas personas falibles llamadas jueces para que impartan justicia, es decir, para que decidan sobre la libertad de otro ser humano. Esto en cuanto a la justicia terrenal.
En cuanto a la Justicia de Dios si mi memoria no me falla, creo que la primera vez que se menciona a Dios como Juez en el Antiguo Testamento es en el libro de Génesis en un momento en el que Abraham es notificado por Dios mismo sobre el inevitable juicio contra las ciudades de Sodoma y Gomorra, sin embargo el bien llamado amigo de Dios le dice:
¡Lejos de ti el hacer tal cosa! ¿Matar al justo junto con el malvado, y que ambos sean tratados de la misma manera? ¡Jamás hagas tal cosa! Tú, que eres el Juez de toda la tierra, ¿no harás justicia? Génesis 18:25
¿El juez de toda la tierra? ¡Sí!, así como lo leyó, Dios es el Juez de toda la tierra.
Ahora bien, los términos “juez” o “juzgar” suman con frecuencia las tres funciones propias del gobierno: elaborar leyes, llevarlas a la vida del pueblo y por supuesto, juzgar sobre la base de ellas. Eso es lo que en los Estados modernos se llama los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, que siempre deben mantenerse separados. Pero no era así en la antigüedad, de modo que tenemos a distintos líderes (por ejemplo, los protagonistas del libro de Jueces) que son llamados “jueces” cuando su ocupación iba mucho más allá de lo jurídico. Lo mismo sucede al llamar Juez a Dios, pues no estamos hablando solo de que le corresponde juzgar, sino que todo el poder en todos los ámbitos es suyo.
Antes de continuar quiero compartirle dos textos más entre muchos otros, que mencionan a Dios como Juez:
Señor, Dios de las venganzas; Dios de las venganzas, ¡manifiéstate! Levántate, Juez de la tierra, y dales su merecido a los soberbios. Salmo 94:1-2
Otro texto más:
La exaltación no viene del oriente, ni del occidente ni del sur, sino que es Dios el que juzga: a unos humilla y a otros exalta. Sal 75:6-7
Mi deseo es que todos los que lean este saludo, reconozcan a Dios como Supremo y Justo Juez.
Algunos extrañamente preguntarán: ¿Por qué razón pastor?
Sencillo, porque reconocer la existencia de un Juez implica reconocer que existe un gobierno, unas leyes y una autoridad para dictar leyes justas, cumplirlas, hacerlas cumplir y juzgar conforme a dichas leyes, todas ellas condensadas en un Libro ampliamente conocido y que a lo mejor en este mismo instante usted tiene en sus manos: La Biblia.
A propósito, en los gobiernos que a menudo nos toca vivir, muchas veces resulta frustrante reconocer que tienen este poder, porque no estamos convencidos de que lo usen como es debido. Nos cuesta confiar plenamente en ellos, a veces por pura tendencia humana y a veces con razón. Sin embargo, al reconocer a Dios como Juez podemos estar tranquilos, descansar en la más absoluta confianza porque sus leyes son justas, según lo dice el salmista en el siguiente texto:
La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos: traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es claro: da luz a los ojos. El temor del Señor es puro: permanece para siempre. Las sentencias del Señor son verdaderas: todas ellas son justas. Salmo 19:7-9
Por ende, su ejecución de ellas es fiel y para nuestro bien, y su juicio lleno de misericordia, pues sabemos que entregó a su propio Hijo para pagar nuestra sentencia y Cristo Jesús, que también se llama Juez …
Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos. Hechos 10:42
… Es a la vez nuestro abogado:
¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. Romanos 8:34
Creo que es muy saludable para nosotros como hijos de Dios que reconozcamos y aceptemos también al Señor Jesús como nuestro Juez y como nuestro Abogado.
En este mismo instante te invito a que le digas al Señor:
Señor mi Dios:
Examina hoy mi corazón, Señor, y ve si hay en él maldad. Te pido que seas el juez de mi corazón. Me conoces mejor que yo. ¿Quién mejor para juzgar mis intenciones y la verdadera naturaleza de mi corazón? Tú eres el juez justo, el que me ayudará a caminar en lo correcto y a obrar con justicia. Gracias por amarme tanto como para juzgar mi corazón. Oro a Ti Padre Celestial, en el Dulce Nombre de Jesús, por el Poder del Espíritu Santo. Amén