Empiezo este saludo por citar un dicho popular que pareciera un poco medio en broma y un poco medio en serio: “El que peca y reza empata”. Vale la pena analizarlo, porque en profundidad lo que nos deja entrever no es otra cosa distinta a una práctica diaria no solamente de la doble moral,
sino también llevarnos a abusar del perdón de pecados dado por Dios en Cristo Jesús.
Uno de los más resonados “reformadores” como fue Juan Calvino, dijo: “Ama a Dios y haz lo que quieras”. ¿Habráse visto semejante disparate? Y lo más grave aún es que con ese dicho a Calvino le sonó la flauta, porque hasta hoy hay movimientos enteros a nivel mundial que tienen esa práctica solamente por que así lo afirmó el mencionado personaje. La verdad sea dicha; un verdadero cristiano siente desconfianza de alguien que como Calvino le diga: “Ama a Dios y haz lo que quieras.” El verdadero cristiano prefiere que alguien como el Señor Jesús, le diga exactamente qué hacer.
A propósito: Son incontables las veces que igual número de cristianos me han formulado esta pregunta: Pastor, ¿qué hay de malo en pecar y esperar que Dios nos perdone? Y hasta me citan el verso 1 del capítulo 5 de la epístola a los romanos:
En lo que atañe a la ley, ésta intervino para que “aumentara la transgresión. Pero allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia,” Romanos 5:20
Mi respuesta es que, deben tener mucho cuidado en dejar entrever que la Palabra de Dios nos abre la posibilidad de practicar el pecado una vez que hemos sido perdonados. Y les comparto por lo menos tres razones para echar abajo sus argumentos:
1. El pecado destruye la estructura y la estatura moral de nuestra vida, y les recuerdo que aunque hemos sido perdonados, siempre va haber cicatrices, en muchas ocasiones dolorosas.
2. El pecado va en contra del propósito eterno que Dios tiene con nosotros, de que seamos su pueblo elegido, o también su especial tesoro. Es que Él nos ha llamado para algo infinitamente mejor, ser su nación santa.
3. El pecado cometido y practicado con la intención de pedirle perdón a Dios después, equivale a eliminar de nuestro arrepentimiento toda la sinceridad que pudiera haber en nosotros. Contar con que Dios nos va a perdonar el pecado cometido una y otra vez, es ofender su gracia y de paso lanzar un insulto contra el precio tan alto que Él pagó por nuestro pecado. Y les cito entre otros el siguiente texto que cada vez que lo leo me hace estremecer y me sobrecoge un pánico terrible:
“Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay sacrificio por los pecados. Sólo queda una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios. Cualquiera que rechazaba la ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos. ¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia? Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré»; y también: «El Señor juzgará a su pueblo.»
¡Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo!”
Hebreos 10:26-31
Ahora bien, la posibilidad de pecar sigue existiendo mientras estemos en este cuerpo. A propósito, también he escuchado a muchos cristianos que han sido para mi vida un ejemplo de fidelidad, además de ser un referente incuestionable de consagración y me dicen que todo el tiempo libran esa lucha contra el pecado, porque todo el tiempo se ven propensos a caer.
El apóstol Pablo, nos dice precisamente que la más efectiva manera de combatir con el pecado y no cometerlo, es teniendo una estrecha comunión con el Señor Jesús, logrando de esa manera que el pecado pierda autoridad sobre nosotros:
“¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera!. Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? ¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús, en realidad fuimos bautizados para participar en su muerte?
Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.”
Romanos 6:1-7
Queda claro eso sí que el pecado nunca dejará de tocar nuestra puerta amenazándonos si nos negamos a dejarlo entrar, pero mediante la gracia y nuestra comunión con Dios, tenemos el poder para rechazarlo.
Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor