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Íntima Devoción IEC

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¡Hasta aquí llego yo!

Es inevitable pensar que este encierro mundial, no haya afectado a la humanidad. Mientras avanzan los días son más evidentes los rigores que este confinamiento va dejando en la sociedad siglo XXI,

pero es evidente también que a cada momento vamos recibiendo aprendizajes que nos permiten aprender una que otra lección y recibir una que otra enseñanza, sobre todo para nuestro crecimiento espiritual.

Hace pocos días sucedió algo tan inédito que atrajo la atención de los habitantes de la ciudad de Medellín. Fue precisamente a las afueras de un prestigioso hotel, donde había largas filas de personas que no propiamente esperaban por un alojamiento como turistas de primera clase, sino de ex empleados del mismo sector hotelero que a causa de la pandemia habían perdido su empleo y en vez de servir, esperaban ser servidos y de esa manera recibir alguna ayuda que paliara, así fuera transitoriamente, sus múltiples necesidades, propias de una familia que padece los rigores de no tener ingresos económicos. Cuando los medios de comunicación ávidos por saber qué originaba aquella aglomeración de personas, prohibida además por circunstancias ampliamente conocidas , se enteraron de la verdadera razón por la que había multitud de personas, dieron la noticia; ocurrió algo que seguramente pasó inadvertido para muchos, pero que a mí, me llamó poderosamente la atención.

Resulta que para el control y conservar el debido orden entre aquellos huéspedes de la calle, fue designado un hombre que marcador en mano iba dejando una señal en el antebrazo de cada uno de los allí expectantes “mendicantes”. Hasta ahí todo parecía normal. Pero el panorama cambia notablemente cuando de labios del hombre que marcaba a sus ex compañeros de labores sale la escalofriante expresión: ¡hasta aquí llego yo! dejando la señal de tinta en el último aspirante a la ayuda humanitaria y anunciando de esa manera que no solamente la puerta invisible de acceso a tan preciado regalo había cerrado, sino que el auxilio alimenticio se había agotado. Era conmovedor ver que de ahí para atrás, es decir afuera, quedaban todavía innumerables aspirantes necesitados, que después de una larga jornada de espera, se habían quedado con las manos vacías, así como con un corazón desesperanzado y sin una explicación que darle a sus familias del porqué llegaban nuevamente a casa con las manos sin provisión alguna, tal y como horas antes habían salido.

Después de todo lo antes sucedido, medité en lo aterrador que será cuando La Puerta de ingreso al Reino de los Cielos cierre y muchos queden afuera sin abrigar la más remota oportunidad de tener una nueva oportunidad.

Termino, haciéndote un llamado para que decidas ahora, que aun tienes la bella oportunidad de resolver, y escojas entre el Sello del Espíritu Santo gozando de antemano del beneficio y privilegio que el Señor Jesús te brinda de ser parte de Su Propósito Eterno; o de la marca del anticristo que te dejará por fuera en muchas tinieblas y claro, lejos, muy lejos de La Presencia del Todopoderoso Dios.

El reino de los cielos será entonces como diez jóvenes solteras que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran insensatas y cinco prudentes. Las insensatas llevaron sus lámparas, pero no se abastecieron de aceite. En cambio, las prudentes llevaron vasijas de aceite junto con sus lámparas. Y como el novio tardaba en llegar, a todas les dio sueño y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: “¡Ahí viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!” Entonces todas las jóvenes se despertaron y se pusieron a preparar sus lámparas. Las insensatas dijeron a las prudentes: “Dennos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se están apagando.” “No —respondieron éstas—, porque así no va a alcanzar ni para nosotras ni para ustedes. Es mejor que vayan a los que venden aceite, y compren para ustedes mismas.” Pero mientras iban a comprar el aceite llegó el novio, y las jóvenes que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas. Y se cerró la puerta. Después llegaron también las otras. “¡Señor! ¡Señor! —suplicaban—. ¡Ábrenos la puerta!” “¡No, no las conozco!”, respondió él. Por tanto —agregó Jesús—, manténganse despiertos porque no saben ni el día ni la hora. Mateo 25:1-13

Rvdo. Nicolás Ocampo J.

Pastor

  

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