La Biblia dice:
“¿Quién podrá entender sus propios errores¹? Líbrame de los que me son ocultos.² Preserva también a tu siervo de las soberbias³; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.⁴”
(Salmos 19:12-13, RVR1960)
Y también dice:
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias. Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.” (Romanos 6:12-13, RVR1960)
El salmista David nos revela una verdad alarmante: el pecado es una fuerza que crece y asciende. Nunca permanece estático; tiene una progresión natural y peligrosa que es mostrada en las palabras: “errores, pecados ocultos, soberbias, gran rebelión”.
¹ Errores: Todo comienza con el descuido o la ignorancia. Son las faltas leves que minimizamos. El peligro es que no las vemos, son nuestros “puntos ciegos”.
² Pecados Ocultos: Cuando el error se nota pero se esconde o se justifica, se convierte en un pecado secreto. La oscuridad alimenta su crecimiento.
³ Soberbias (El Dominio): El pecado oculto, al no ser confesado, se fortalece hasta volverse un hábito, una adicción o un estilo de vida. En este punto, el pecado ya no es un invitado, sino un amo que busca “enseñorearse” y controlar nuestra voluntad.
⁴ Gran Rebelión: Es el resultado final. El rompimiento total con Dios, acarreando un gran juicio porque el corazón se ha endurecido y se ha negado persistentemente a la luz del Evangelio (Juan 3:19-20).
La advertencia es clara: si un pequeño error no se lleva a la luz, puede terminar en una catástrofe espiritual.
David pide a Dios: “Que no se enseñoreen de mí” (que no reinen). El apóstol Pablo, en Romanos 6, nos da la instrucción activa para cumplir este deseo: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal…”
La batalla por nuestra santidad es una lucha por el trono de nuestra voluntad. El pecado, por medio de nuestros deseos (“concupiscencias”), quiere ser el rey que da las órdenes. Pero la Gracia del Señor Jesus, nos da el poder para decir NO.
Oración
Padre Celestial, ¿Quién podrá entender sus propios errores¹? Líbrame de los que me son ocultos.² Preserva también a tu siervo de las soberbias³; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.⁴”
Te lo pido en el Nombre precioso del Señor Jesús y en el Poder de tu Espíritu Santo, Amén.
Nota
Mientras oras y meditas me gustaría compartirte este canto que también puedes expresar como una oración: