»O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido.”
Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente. Lukas 15:8-10
Llama mucho la atención la parábola de la moneda perdida relatada por el Señor Jesús a través de la cual nos quiere dejar, como todos sus dichos, una enseñanza que merece la obediencia inmediata.
Esta parábola al igual que la de la oveja perdida están íntimamente relacionadas. Vale la pena decir que el Señor Jesús se deleitaba hablando en parábolas.
Muchos han intentado sacar una enseñanza acertada o por lo menos aproximada, y el significado de la parábola de la moneda perdida.
Para ello es necesario que nos remitamos a las costumbres propias de la época y del medio en el que se desarrollaban.
Es probable que esta moneda formara parte de la dote de diez monedas de la mujer en mención, que tal vez llevara en una cadena como joya o guardada en un monedero pequeño. De ser así, esto indicaba que la mujer era casada, y significaba lo mismo que un anillo de matrimonio en nuestros días. La pérdida entonces tenía un mayor valor sentimental que comercial. La moneda en sí tenía un valor equivalente al salario de un día.
La enseñanza dada allí por el Señor Jesús seguramente nos está mostrando no sólo lo que significamos y valemos para Él, sino que está aplicando el propósito para el cual Él había venido a este mundo al hacerse hombre siendo Dios: “Buscar y Salvar lo que se había perdido”
La pregunta aquí es: ¿Estoy perdido en mi propia casa, o prefiero lucir como una moneda encontrada en el collar de mi Redentor Jesús?
La respuesta: Tú eres responsable de darla.
Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor