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Muerte con dignidad – Parte II

en una obligación.

En vez de dar realce a la autonomía y el respeto a uno mismo, el enfoque de los defensores del suicidio y de la filosofía de “morir dignamente” logra precisamente lo opuesto: en última instancia, degradan la integridad del individuo y el significado de su existencia.

El cristianismo, que valora y aprecia la vida, procede ineludiblemente desde la premisa opuesta.

En la práctica, por lo general asumimos que la mayoría de los suicidios son el resultado de insoportable estrés, dolor o depresión, y no caben dentro de la categoría de un acto voluntario y premeditado. De todos modos, el reconocimiento de una categoría similar a la “locura temporal” de ninguna manera sanciona de forma normativa la comisión del acto.

La vida se considera un depósito Sagrado que Dios colocó en nuestras manos y sólo Él nos lo puede quitar. De hecho, contrariamente a gran parte de la retórica del discurso moral y político contemporáneo que enfatiza la autonomía y el control sobre la propia vida, el cristianismo nos enseña que nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que nos fue entregado a modo de consignación. Como el recipiente del alma y del espíritu, debe ser cuidado y protegido.

…pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Efesios 5:29-30 

 

Advertimos a la Iglesia que pastoreamos sobre aquellas actividades que ponen en peligro la vida y que implican un riesgo imprudente (por ejemplo Bunge jumping, o juegos de alto riesgo, cruzarse un semáforo en rojo, adelantar en curvas mientras se conduce por nuestras carreteras, el consumo de alucinógenos, así como el consumo desmedido  de bebidas alcohólicas y de alimentos para nada sanos; también fumar cigarrillos). Además, está prohibido automutilarse, hacerse tatuajes, Piercing en orejas, nariz, ombligo y otras partes del cuerpo que no vale la pena mencionar ahora, dietas no dirigidas por especialistas, automedicarse, tratamientos estéticos innecesarios, pero de ser necesarios acudir donde profesionales probadamente destacados en lo que hacen. En fin, todo lo que  ponga en riesgo la salud y con ello la vida.

  Obviamente que hay ocasiones en las que es necesario administrar un tratamiento agresivo para prolongar la vida e incluso se lo puede llegar a suspender. Permitir que ocurra el proceso natural de la muerte al suspender el tratamiento está muy lejos del hecho de poner fin activamente a la vida. Incluso ignorando el hecho de que las personas pueden cambiar de opinión en un punto cuando el proceso ya sea irreversible, el deseo del paciente simplemente es irrelevante. Matarse a uno mismo no se considera dentro del ámbito legítimo de la autonomía personal. Es lógico pensar que es inmoral ayudar, posibilitar o facilitar que alguien cometa un acto que es inmoral.

 Lo anterior no necesariamente compromete al cristianismo verdadero a una posición de “vida a toda costa”. Hay una serie de situaciones en las que, ante un sufrimiento grave, se (Continúa la próxima semana).

 

Rvdo. Nicolás Ocampo J.

Pastor

  

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