Sin ser el más fanático por el deporte que se ha constituido en un símbolo nacional como lo es el fútbol, pude ver fragmentos de los partidos que la selección de mi país (Colombia), disputó en la Copa América que ha terminado esta semana en el vecino país de Brasil.
No pretendo hacer ninguna crítica a este grupo de jugadores – ya que no soy voz autorizada para hacerlo – sí me propongo extraer una que otra lección que nos deben servir como principios de vida no solo en nuestro caminar diario como ciudadanos, sino en nuestro caminar con el Señor Jesús como hijos de Dios.
En un partido disputado con su similar de Chile, Colombia perdió su pase a la semifinal de la Copa América, los chilenos fueron superiores durante los 90 minutos.
A Colombia no se le vio ni la sazón en su futbol de partidos anteriores, ni mucho menos el deseo de conservar una estrategia que le permitiera avanzar a la siguiente fase del torneo. Es posible que el favoritismo que los identificaba como posibles ganadores del certamen futbolístico, pudo haber sido una de las causas que los llevó a su eliminación.
Lo más lamentable de todo, es que dicha eliminación la recibieron siendo invictos ya que La Selección nacional abandona la competición sin goles en contra.
Y como siempre, se les aplicó ese principio hipócrita y mal oliente que reza así: “Si pierdes, quien pierde eres tú; si ganas, ganamos todos” Es que una vez eliminada nuestra selección, todo el mundo salió a buscar culpables. Ahora me pregunto: ¿cuál sería la reacción de la fanaticada tras una victoria, acaso no sería el grito al unísono ¡Ganamos!? Quiero abandonar el tema de la Selección tricolor, para abordar un tema que sí nos debe ocupar a todos: La Salvación.
Creo sin temor a equivocarme que estamos teniendo un triunfalismo tan excesivo que en ocasiones nos creemos invictos y que dicho estado nos permite abandonar nuestra comunión con Dios, por abrazar una religiosidad desmarcada de la realidad espiritual que nos demanda que en esta carrera si alguna característica debemos tener es la perseverancia, nunca la fluctuación. A veces pensamos que porque no tenemos “goles en contra” no solamente nos da la dignidad de ser jueces naturales de los demás, sino que ser campeones es la más segura y única opción.
Creo que lo más conveniente para no tener un fracaso inesperado en nuestra carrera como hijos de Dios, sería supremamente importante que escucháramos con muy buena atención lo que nos aconseja nuestro “Director Técnico” Jesús, a través de su Santa y Eterna Palabra:
Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer. 1Co. 10:12
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mismo? Luc. 9:25
¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado. 1Co. 9:24-27
Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor