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¡La confidente!

Vivimos en un mundo donde ya es difícil encontrar confidentes de verdad y aunque son un artículo de difícil adquisición, todavía los hay, ¡Gracias a Dios!

Se me ocurre pensar que todos los seres humanos, eventualmente nos vemos en la necesidad de abrir nuestro corazón a alguien de confianza, que no vaya a dejarnos en ridículo ante los demás cuando le contemos asuntos privados, de esos que, aunque no graves no dejan de ser menos importantes y que van represándose en nuestra conciencia y corazón, deteriorando de paso nuestros comportamientos cotidianos.

El salmista David parece que, en un momento de crisis personal, no pasó las mejores noches al enfrentar sus miedos y angustias las cuales lo llevaron al gemido y aun al mismo llanto. No sé exactamente la crisis que vivía en su momento, pero lo que sí deja entrever en el salmo es que era algo de vida o muerte.

Cansado estoy de sollozar; toda la noche inundo de lágrimas mi cama, ¡mi lecho empapo con mi llanto! Salmo 6:6 

 También su hijo, el rey Salomón en otro ámbito de su vida, el del amor, parece que consultó con su almohada, pero al igual que su padre, no halló la respuesta ahí.

Por las noches, sobre mi lecho, busco al amor de mi vida; lo busco y no lo hallo. Cantares 3:1 

Algunos al no querer que se sepan sus situaciones, optan por consultar con la almohada de la misma manera que lo hicieron estos reyes de Israel; consultaron con esa misma que ya se convirtió en una confidente silenciosa, que, aunque guarda muy bien los secretos, nunca aporta nada por resolverlos. Es que esto de consultar con la almohada, no es cosa distinta a consultar con uno mismo, de igual forma responderse uno mismo, con el alto riesgo de que esa respuesta sea la que más nos gusta, pero la que menos nos conviene.

Quién no ha pasado por el sufrimiento que produce tomar decisiones en cualquier área de la vida: Negocios, temas familiares, profesionales, matrimoniales y tantos asuntos más.  

Ahora, si bien es cierto que, aunque no podemos descartar asesorarnos de alguien con buen nivel de madurez espiritual para que nos ayude con un buen consejo a salir de las angustias que nos afligen, también es cierto que debemos pensar en Aquel que nos puede no solo escuchar, sino también ayudar al escuchar nuestras oraciones, cualquiera sea nuestra intensidad emocional.

Seguramente como David haya muchos, entre los que me cuento, que de manera emotiva reflejemos en nuestras oraciones esta característica, aunque personalmente pienso que a Dios no lo movemos tanto por la pasión y emotividad con la que hagamos la oración, sino más bien con la sinceridad de no ocultarle nada, contrariamente a lo que por miedo a ser “descubiertos” no haríamos con un mortal.

Ya sabes, la almohada no resuelve nada, puede ser que un mortal tampoco, pero Dios, que está al tanto de nuestros asuntos, sí lo podrá hacer.

 

Rvdo. Nicolás Ocampo J.

Pastor

  

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