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La exquisitez de la Palabra de Dios

Seguramente que, para los lectores de Las Sagradas Escrituras, sobre todo para aquellos que apenas comienzan, uno de los libros más apetecidos es el de los Salmos, libro en el que a través de 150 capítulos hallamos una riqueza musical incomparable.

Quizás no haya un vehículo más poderoso para expresar sentimientos e ideas que la música. Esta nos hace reír y llorar; nos transporta al pasado, nos enseña cosas nuevas, y hasta puede hacernos cambiar de parecer. No es de sorprenderse entonces que Dios nos haya comunicado tantas verdades en forma de canciones – las cuales llamamos Salmos.

Pero además encontramos en los Salmos una riqueza histórica y muchas costumbres practicadas por el pueblo de Israel.

Desde el siglo II antes de Cristo cuando los niños judíos con edades entre los 5 y 6 años acudían a la escuela Bíblica de su pueblo por primera vez, eran levantados desde temprano en la madrugada para escuchar el relato bíblico de cómo Moisés recibió La Ley. Una vez que había salido el sol, los niños eran llevados a la casa de un maestro para desayunar, y allí recibían tortas con letras y frases de La Ley escritas sobre ellas, después los niños se sentaban en semicírculo frente al maestro.

En la escuela bíblica todos estaban de pie, pero en la casa del maestro se sentaban en semicírculo. En la escuela el niño recibía una especie de tableta lisa encerada con porciones de Las Sagradas Escrituras escritas en ella.

Esta tableta estaba untada de miel y el niño tenía que reseguir “el camino” o curso de las letras en la miel con su pluma, y por lo regular el niño “chupaba” la punta de la pluma mientras hacía dicha actividad.

Pues resulta que el propósito de todo esto era que el niño se diera cuenta de que el objetivo por el cual iba a la escuela bíblica era el “absorber Las Escrituras”. Esta práctica que además de instructiva era admirablemente didáctica parece estar basada en una antigua costumbre a la que el Rey David hace referencia en los siguientes salmos:

La reverencia al SEÑOR es pura, permanece para siempre. Las leyes del SEÑOR son verdaderas, cada una de ellas es imparcial.

Son más deseables que el oro, incluso que el oro más puro. Son más dulces que la miel, incluso que la miel que gotea del panal. Salmo 19:9-10

¡Qué dulces son a mi paladar tus palabras!; son más dulces que la miel. Salmo 119:103

Rvdo. Nicolás Ocampo J.
Pastor
  


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