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La Palabra de Dios no está prisionera

Por estos días en los que la sociedad mundial vive una relativa quietud y zozobra, la iglesia por el contrario debe estar más viva que nunca. Quizás este sea el mejor momento que el Señor Jesús está otorgándonos para que testifiquemos y hablemos acerca de Las Buenas Nuevas del Evangelio de Dios.

Este es precisamente el año en el que la humanidad reciba el segundo y último toque de la Misericordia de Dios a través del mensaje que cada uno de nosotros les podamos dar. Dios quiere que este tiempo de encierro, sea para la humanidad, no para Su Eterna Palabra. Así que no hay disculpa para silenciarnos. Te recuerdo que los encerrados o por no decir “prisioneros” somos nosotros, no la Palabra de Dios.

Voy a tomar el ejemplo de varios hombres de Dios que tuvieron la oportunidad de silenciar su Mensaje dadas las situaciones personales que estaban viviendo, y no lo hicieron. El apóstol Pablo estando prisionero, nunca se disimuló, nunca evadió su responsabilidad aduciendo que estaba prisionero, por el contrario, fue un tiempo en el que se dedicó a seguir llevando a cabo su tarea como apóstol. Veamos:

Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. Efesios 2:19-22 Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; Efesios 3:1

Ahora bien, usted me dirá: Pastor, yo no estoy prisionero, pero no tengo las palabras apropiadas, no soy persona de fácil expresión. Permíteme decirte que esa no es disculpa, porque los apóstoles Pedro y Juan, no tenían una elocuencia admirable, ni eran oradores profesionales, ellos no habían tenido una formación en locución profesional, no eran expertos en sostener debates, es más, no tenían la más sólida experiencia en cuanto a defender la fe.

Sin embargo, hay algo que estos santos hombres de Dios poseían: Ellos sabían lo que el Señor Jesús había dicho y hecho. Además, sabían la forma tan especial como el Señor había transformado sus vidas a partir de su relación con Él. Esto nos debe bastar para darnos cuenta de que otras personas necesitan también oír las mismas cosas que escucharon los apóstoles y que las hemos escuchado nosotros también.

Así que no tengas miedo de pasar por la humillación a la que te expondrías por falta de destreza o de entrenamiento para evangelizar, basta con que te arriesgues, aun si tienes que sufrir uno que otro golpe físico; lo importante es obedecer el mandamiento y la tarea que el Señor Jesús nos asignó.

Te animo para que pienses en ese número de personas que fueron llevadas a Cristo Jesús por medio del mensaje de los mencionados apóstoles, estaban tan impresionadas, que cuando escucharon lo que estos hombres “ordinarios” les testificaron, no pudieron resistirse a La Palabra de Dios. Recuerda que lo que vas a Predicar es La Palabra de Dios, y no tu palabra. Es probable que tu palabra no transforme a nadie, pero La Eterna Palabra de Dios, sí lo logrará. Lee lo siguiente, y por un instante fija tu nombre ahí donde están los nombres de Pedro y Juan, y te darás cuenta lo impresionado que quedarás.

Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús. Hechos 4:13

Rvdo. Nicolás Ocampo J.

Pastor

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